Si nos ponemos a reflexionar un poquito,
existe un folklore popular que manifiesta desde varias
vertientes religiosas que en el planeta hay más de
mil ángeles encarnados, mezclados entre las personas
como tú y yo. También se dice, y con un criterio verdaderamente
razonable y coherente que los niños y jóvenes que
mueren antes de los treinta y tres años (edad en que
murió nuestro Jesús el Nazareno), son ángeles que
habiendo finalizado la misión que Dios les dio y a
pesar del dolor de sus queridos, dejan la tierra.
Labor ésta, más relacionada con el aprendizaje de
aquellos que lo rodean, que él de ellos mismos; es
bastante común escuchar cuando esto sucede, todas
aquellas consideraciones acerca de la bondad, generosidad,
transparencia e inocencia de esos seres de luz.
Sin pecar de vanidosa, permitiéndome concluir a partir, no ya de mi formación profesional, pero sí de mi gusto por la literatura en estas cuestiones espirituales; es que estoy convencida que esos ángeles son muchos más de mil; están en cada grupo humano y se pueden distinguir fácilmente por su forma de actuar, pensar, por su manera de ayudar al prójimo y trascender su propio dolor. Sin esperar verlos con sus alas desplegadas y volando, tal como nos indicaría nuestra fantasiosa imaginación; los ángeles vivientes son todas aquellas personas que teniendo un nivel superior de evolución y luminosidad; pueden transmitirnos de las más variadas formas un mensaje proveniente de la sabiduría infinita de Dios; con el objetivo de ayudarnos a crecer y cumplir con nuestra pauta de desarrollo, es decir con nuestro destino. Ellos son los verdaderos top model, no de la pasarella, sino de la vida; que logran movilizarnos en el momento, el lugar y la hora precisa en que necesitamos una toma de conciencia que nos modifique el accionar para el resto de nuestros días; y quizás ese pasaje por nuestra experiencia concreta, sea tan efímero que ni siquiera lo podamos recordar en nuestra historia personal. Me imagino que deben de ser atemporales, como todos los ángeles; y que haciendo un alto en su condición de seres espirituales, encarnan para realizar esa misión específica por la que vienen a esta tierra, y luego, desde su humana muerte, retornen a una condición más elevada, que aquella que traían al descender. Estoy completamente segura que son ángeles vivientes los niños con síndrome de Dawn u otras discapacidades importantes; ya que logran a partir de sus limitaciones elevar espiritualmente a su familia; porque la sensibilidad que adquieren esos padres y hermanos, la capacidad de dar y recibir amor; en relación a la mayoría de nosotros, con hijos sin ningún problema de salud acuciante; es notablemente superior. Sólo ellos, nuestros queridos ángeles vivientes, hacen posible que podamos aprender aquellas emociones que ni la mejor universidad del mundo, lograría enseñarnos. Y como la misión por excelencia es la vivencia del amor, conviértete aunque más no sea, algunas veces y un ratito en ese ángel capaz de hacer vibrar e iluminar la existencia de otro; porque si no somos ángeles vivientes, tampoco es necesario que seamos indiferentes frente a la necesidad o el dolor del prójimo.
"Somos como niños que necesitamos maestros que nos iluminen y nos dirijan; y Dios lo ha tenido en cuenta y nos ha enviado a sus ángeles, para que sean nuestros maestros y guías" (Santo Tomás de Aquino).-
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