Durante siglos, la sociedad creyó que las mujeres eran como bellas durmientes que necesitaban ser despertadas, como en los cuentos, por el beso de un hombre. Por eso las mujeres debieron luchar contra este mito o cuento de hadas, que les ocasionaba temor al no estar dormidas y sí, muy despiertas y sedientas de los placeres sexuales que podrían socavar un muy arraigado sistema de conceptos sexuales. De este conflicto, las mujeres quedan dividas en dos clases, las vírgenes y las prostitutas. Los hombres, en su fantasía preferida, sueñan con esas mujeres voraces sexualmente, pero cuando en la realidad se encuentran con una de ellas, se sienten más pequeños y con numerosos temores, entre los cuales está el de poder satisfacerlas. Durante los años sesenta, la mujer estaba frustrada, esperando levantar vuelo, controlando sus energías. Hasta que nació el movimiento femenino y la revolución sexual, la mujer vivió en esa contradicción de niña mala o buena. Después las mujeres comenzaron a disfrutar del sexo y el trabajo. Hoy, parece haber quedado atrás esa lucha por el amor, las mujeres se inclinan más seriamente por el trabajo, y la sexualidad ya no se discute. Para formar una pareja surge la fantasía, pero orientadas a lo material, la casa, el auto, la futura carrera universitaria del compañero supera las compatibilidades sexuales, y a veces ni siquiera aparece el sexo. Parece que todos esos movimientos por la igualdad de la mujer solo permitieron que sea aceptada por el mundo del trabajo y no en el mundo de la sexualidad. El trabajo de la mujer en el mundo masculino es hoy aplaudida, recompensada, pero en el mundo sexual la convierte no solo en mala, sino en desenfadada. Es cierto que una vez desvanecido el impulso inicial, las revoluciones se desvanecen, especialmente, cuando se trata de la lucha por la igualdad sexual. El tiempo y la energía dedicada a los hijos, al trabajo fuera de casa y dentro de casa, son aceptados, pero no así, el tiempo y energía dedicado al sexo. Así como para mantenerse económicamente se requiere gran energía, también esta energía es necesaria para mantener la sexualidad, que se ha ganado muy tarde.
En los años sesenta el sistema patriarcal tambaleó, por que un grupo de mujeres alzó la voz para provocar un cambio. Pero ese grupo no alcanzó la unidad completa, ya que solo las feministas irascibles alzaron su voz entre los hombres que no simpatizaban con estas mujeres y las mujeres que amaban a esos hombres. Se formaron así dos bandos, que terminaron por formar una mujer tradicional dentro de una unidad familiar, donde eran ignorados sus valores, necesidades y hasta su existencia. Es muy difícil para la mujer abandonar ese mito, que aún siendo lo suficientemente independientes económicamente, conserva la necesidad de ser mantenida por un hombre. En oposición a este contraste surge una nueva generación de mujeres exhibicionistas, que aparecen en televisión, con sus manos en el sexo invitando a la masturbación. Mujeres que se convierten en trabajadoras sexuales, que se transforman en modelos sexuales para otras mujeres y es posible también encontrarlas con un niño entre sus brazos, siendo además madres. Los hombres son capaces de aceptar una mujer así, con la sola fantasía de dominarlas. El hombre, conociendo el poder de la mujer intenta ponerla en su sitio, dominarla. Los jóvenes de hoy sienten temor por el apetito sexual desatado en la mujer, se sienten intimidados, sienten miedo por esa mujer exigente, que quiere todo y sabe, que luchará por conseguirlo. En realidad la corriente sexual fue cortada, no por la epidemia siniestra del sida, que de alguna manera coartó la exploración sexual, sino que fue la codicia material de los ochenta. Esta codicia que pide más y más, es el real enemigo del sexo. En este mundo materialista parece que no hay lugar para el sexo. Se pierde la esencia de nuestra sexualidad cuando se niegan las fantasías. Lo verdaderamente válido, es evitar la culpabilidad, considerando que la mente nos pertenece. La historia personal es lo que da origen a las fantasías o sueños. Si se condenará a la fantasía, también se tendría que condenar los sueños.
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