No se podría sobrevivir como sociedad o como individuos si decidiéramos mentir todo el tiempo y en cualquier situación. La verdad es la promotora de la vida, dignifica, ennoblece y simplifica nuestro trato personal. Reconocemos el mérito íntimo, esencial del otro al compartir con él. Lo que creemos verdadero. Con nuestra veracidad podemos participar de la verdad misma. La falta de veracidad provoca un estado de caos en la vida diaria, en la política, donde el mentir y el engañar son sus sinónimos, en los negocios, donde la mentira evita la caída de las utilidades. La mentalidad actual esta acostumbrada a la gran variedad de engaños, y en ella la verdad se convierte en un proceder anticuado. También estamos sometidos a la mentira y a la simulación, en las relaciones personales. Pasamos a creer en las mentiras piadosas y creamos una zona donde comienza a existir la verdad y la falsedad entremezcladas. Es válido considerar que la vida tiene múltiples matices, y que ya las grandes verdades de otras épocas no tienen validez. Es necesario considerar además que a veces la verdad provoca fuertes e innecesarios choques. Esta situación, se puede dar cuando se les oculta a los niños la existencia de los reyes magos, cuando los esperan ansiosamente. En otros casos la verdad causa un dolor que evita males futuros. Es preciso tener coraje y confianza a la hora de ser veraces. Ya Platón, hace dos mil quinientos años, se preguntaba si una mentira noble podría convencer a una comunidad. En la actualidad se puede decir que hay una mentira fundamental que gobierna la sociedad occidental, la creencia de la característica unidimensional de la vida, y de que es fantasía pura todo lo que se diga de una realidad superior. Esta mentira nos priva de la concepción de la vida, nos despoja de nuestra dignidad humana al impedirnos participar de las más altas dimensiones de nuestra existencia y nos lleva a creer que nuestros cuerpos se diluirán a la hora de la muerte. La verdad pasa a ser la virtud moral más alta.
Muchas tradiciones espirituales como el yoga en particular, tienen profundas afirmaciones acerca de la veracidad y la naturaleza de la verdad.
La veracidad, para el yogui tradicional, es una expresión de la divinidad, de la verdad absoluta. Participamos de alguna manera con esa verdad suprema, cuando actuamos con veracidad. El ser veraz, nos permite conectarnos, respetar y comunicarnos con lo divino. Y es acá, donde esta el poder de la verdad. Somos fieles a nuestra naturaleza superior cuando somos veraces, y transformamos nuestra condición o contexto vital inmediato, en un pedazo de cielo. Trasmutar nuestra naturaleza y la naturaleza en general, para adaptarla a lo divino es la principal tarea de todo trabajo espiritual.
El practicante de yoga o de cualquier otra disciplina, construye su vida conciente sobre la veracidad, constituyendo ésta, los cimientos morales.
Uno de los aspectos de la veracidad, que es esencial para seguir por el camino de la espiritualidad, es la sinceridad. Mientras nos inclinemos por el engaño, la deshonestidad, la hipocresía y la simulación, todo lo que hagamos será en vano. Nuestros mejores deseos serán anulados y devorados por la mentira.
El desafío constante del espiritualista es no perder de vista la verdad última en su corazón y en su mente, para ello se debe respetar las pequeñas verdades que surgen a diario. Lo importante es que caminemos por nuestra vida cotidiana con integridad, y seguros de que nuestro mayor poder y el que nos conducirá a la auto-trascendencia ya a la autorrealización, es la verdad en sus distintas facetas.
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