La conducta humana desde el punto de vista de la filosofía budista, es compulsiva. La adicción de ciertas personas a las drogas, a la comida, al juego, al alcohol no es un proceder que difiere del resto de las personas, salvo porque esta compulsividad o impulsividad esta dirigida hacia un objeto determinado que a su vez, es destructivo. Por lo general las personas están sometidas constantemente a la impulsividad sin darse cuenta, por lo que no pueden experimentar realmente su propio ser o llegar a una experiencia espiritual trascendental. Lo bueno de las personas que sufren este tipo de trastornos compulsivos es que se ven obligadas a enfrentarlos buscando el camino espiritual, mientras que las que manifiestan compulsividad entre varios objetos, postergan este enfrentamiento. Aquella persona que tenga un problema con la comida, por ejemplo, tendrá que buscar el camino espiritual para sobrevivir. Nuestra propia naturaleza se desarrolla sin esfuerzo, con un fluir espontáneo y sutil, y no se podrá experimentar así, si hay impulsividad. Desde la infancia caemos, sin darnos cuenta en la compulsividad, la codicia es un ejemplo y esto esconde nuestra propia naturaleza, lo que seguirá provocando una vida de sufrimiento. Aquel que es adicto a la droga busca escapar de la realidad dolorosa para él, y la meditación ofrece la oportunidad de encontrar otro camino para hacerle frente.
Para superar la compulsividad es necesario ponerse como testigo para observar el malestar, que era tapado por la comida por ejemplo, y es cuando pierde su influencia esa conducta autodestructiva deja de hacer efecto. Como toda compulsividad actúa con el mismo mecanismo, una vez que la técnica meditativa da resultado, no solamente superará su adicción, sino que habrá producido un gran cambio en su vida. Este cambio no es temporario, ya que si se continúa con la técnica, esta conducta se resolverá. Desaparece la compulsión de comer y la impulsividad misma, impidiendo que se amplíe a otros aspectos. La técnica meditativa profundiza el contacto con el dolor para desarraigarlo. El dolor proviene de la experiencia y de ésta, surgen sensaciones agradables o no. En una charla, cuando ésta es cordial, tenemos sensaciones agradables, pero si surge alguna diferencia, con pausas, surgen sentimientos tensos y de malestar. Cuando abordamos nuestros propios sentimientos, ya sean placenteros o displacenteros, de un modo hábil, pasarás de largo sin dejar secuelas. El ser humano necesita aprender a experimentar de un modo pleno el placer y el dolor físico o psíquico, y esta es la habilidad primordial que debe adquirir. Esta habilidad esta orientada a la conciencia total de lo que se siente y al fluir del sentimiento, sin que nada interfiera. Cuando el individuo pueda experimentar así el placer y el dolor no sufrirá, no habrá frustración y no quedarán huellas. El sentimiento se habrá manifestado o expresado plenamente en el interior de la persona.
Sucede que desde la infancia hemos aprendido a distraernos o tensionarnos frente a los sentimientos. Una forma hábil de enfrentar los sentimientos es diciendo, no. Se recurre a conductas negativas para anestesiarse de ese manto de dolor. El origen del dolor es el residuo de muchas experiencias pasadas que no fueron hábilmente abordadas. El estado meditativo permite observar el dolor sin involucrarse. Para acabar con ese gran dolor se debe prestar atención a nuestras sensaciones diarias, que nos conducirán al sentimiento donde se han acumulado los fantasmas. La técnica de la meditación permite que se sensibilice paulatinamente a la persona para que en su cuerpo sienta como su dolor sale a la superficie y comienza a perderse, a disolverse, ante la observación desapasionada. Lo que se le pide al adicto o al compulsivo, es sentir su dolor. Con la meditación comprueba que el dolor nunca es tan grande como para no soportarse, que no es tan terrible.
Hay tres etapas fundamentales para la difícil tarea de tomar contacto. Primero se lo vive como un impulso, una urgencia, por lo que se tiene que hacer, tengo que comer por ejemplo. Las sensaciones son desalojadas por la ignorancia. En la segunda, ocurre la detección, donde llega a la superficie la sensación y se descubre que es lo que se quiere aliviar con la compulsión.
Por último ya en el tercero, hay una concientización de que el dolor es insustancial y que no es tan terrible. Se desvanece la urgencia y se logra la abstinencia sin esfuerzo. A su vez comienza a manifestarse el propio ser espiritual que estaba oculto. Se abre un mundo de realización personal.
Con la meditación es posible conquistar el trastorno e ir más lejos, convirtiéndose en un ser libre. Adquiere una gran fortaleza, demostrando que si la persona le hace frente a su situación se puede curar.
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