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Este mundo, convulsionado, donde la crisis ética, la falta de trabajo, el consumismo desaforado, la miseria, la corrupción y los valores están cambiando, nos pone frente a un presente oscuro y a un futuro aún más incierto. Los seres humanos nos encontramos desconcertados, con escasa intensidad y con menos entusiasmo, con presencias que no nos hacen vibrar, ni proyectos que nos conmuevan, es entonces que nuestro sentido de la vida parece desdibujarse. En realidad lo que nos esta ocurriendo es que nos han preparado para vivir con verdades inamovibles y claras, y hoy hemos perdido el rumbo, nos encontramos como dentro de una selva donde se debe estar atento a los peligros que se nos presentan. Estamos dentro de una maraña de transformaciones y cambios, donde no tenemos claro qué o cómo queremos vivir. Esta situación comienza de a poco a privarnos del goce, a opacarnos como seres vitales, comienza actuar como uno veneno que paraliza nuestras ganas, y nos hace sumir en la resignación. En esta crisis profunda no hay muerte ni devaluación de valores o de las formas de vida, sino mutaciones, donde otros valores resurgen y otras cosas comienzan a tener un nuevo sentido. Por lo que el arte de vivir consiste en sintonizar nuestra existencia con las posibilidades del tiempo en que se está viviendo. Se trata de escuchar el espíritu de la época. Nada muere, todo se transforma, porque el tiempo es infinito. De todos modos estas mutaciones permiten al mismo tiempo abrir nuevas posibilidades dentro de todo lo que hay, mostrando nuevas formas que reintensificarán la vida. En este mundo de incertidumbre necesitamos que algo o alguien nos oriente hacia donde caminar, que algo nos indique el rumbo. Pero no siempre sirve recurrir a expertos o mirar hacia fuera de nosotros mismos, buscando que es lo bueno o que es lo malo.
Si no queremos que nadie nos dirija la vida, debemos recurrir a los saberes basados en las experiencias del pasado, y en las ganas que tenemos hoy, ganas que podemos aprender a oír. Generalmente registramos, en las situaciones que vivimos todos los días y estando atentos, un deseo ante el que no nos detenemos. Esto no lo hacemos simplemente porque su satisfacción no esta en la escala de lo posible. Nos ocurre comúnmente tanto en cosas insignificante como en cosas que nos parecen grandes transgresiones. Por lo común nos manejamos con un alto grado de raciocinio, por lo que muchas veces no hacemos lo que tenemos ganas sino lo que es conveniente hacer. Es difícil escuchar esas ganas que tenemos en nuestro interior. Nuestras ganas son la mejor guía con la que contamos, pero necesitamos aceptar y comprender esas ganas como señales de lo que deseamos y de lo que es posible en la realidad en que vivimos. A veces esas señales son nítidas y otras no, pero siempre nos hablan de la propia recepción del espíritu y de las posibilidades que se presenta en vida. No es sencillo darse cuenta de las propias ganas, no nos educaron para aprender a escuchar nuestras ganas.
No nos prepararon para responder a nuestros propios deseos, sino que no enseñaron a hacer lo que se debe. Por lo general confundimos nuestras ganas, con lo que esta permitido dentro de la educación que nos dieron. La sociedad, la familia y nuestro medio, armó en nuestra conciencia lo que esta bien y lo que esta mal, lo que es posible y lo que es imposible, y en base a esto no nos permitimos escuchar y hacer realidad las ganas que tenemos porque van en contra de los códigos sociales. Un clara ejemplo es el de que todos tenemos fácilmente registradas las ganas de tener una familia e hijos, pero las propias ganas de estar solos y de no tener hijos es más difícil de registrar. Nos podemos manejar con más o menos habilidad dentro de las normas estipuladas por la sociedad, pero al momento de elegir o afirmar nuestro propios deseos para desarrollar otras maneras, somos muy flojos, muy débiles. Como nos han prohibido traspasar lo aceptado o conocido, nos convertimos en seres incapaces de crear. No somos capaces de ponernos a pensar por que aceptamos como natural todo lo que se ha pensado antes, y esto incluye cuestiones comerciales, de pareja, de amistad, de hijos, de diversión, de trabajo. Cabe señalar además que autorizar las ganas propias no significa perder el sentido ético de nuestros propios actos, sino, que implica una reconstrucción de la ética en la convivencia. La realidad, en cada época, se establece con formas, ideas y posibilidades conocidas y otras, que aún para las personas que viven en esa misma época, son desconocidas. Las formas, ideas y posibilidades conocidas, son los valores, las creencias establecidas en un determinado lugar, es decir son las tradiciones.
Las que aún no han sido aceptadas por las creencias populares, son las desconocidas, son las fuerzas que cuestionan, que crean nuevos valores, las que permiten abrir nuevos caminos, las que organizan de manera distinta lo que ya existe, es lo que denominamos creación. La creación se arraiga en la tradición y a su vez la quebranta, dando lugar en este juego a la cultura. La tradición, en nuestra cultura, se amarró en el progreso. La posesión, el poder sobre las cosas y las personas, el dominio de la naturaleza con fines utilitarios, representó el progreso que marcó el espíritu de nuestros antepasados, quienes, sintieron ganas de progresar, y esto le daba sentido a sus vidas. Las cosas que les dio el progreso ayudaron a mejorar su calidad de vida. El secreto está en escuchar la fuerza del espíritu, para poder crear desde él, para encontrar y afirmar lo que nos dará una mejor forma de vivir. En esta época, nuestra vida esta obstaculizada por valores devaluados, que no nos gustan, que nos aburren, que nos paralizan de manera tal que no sabemos para donde ir, ni sabemos crear otras formas distintas de ser, de estar o de realizar en la vida. Por todo esto seguimos inmersos en lo que no creemos, en lo que no nos satisface, en lo que ya esta devaluado. En la medida que nos permitamos crear, seremos capaces de encontrar el camino, de poder vivir con intensidad. Cuando logremos escuchar nuestro interior y le demos valor a nuestras ganas, podremos empezar a crear. Nos referimos a nuestras ganas, a todo lo que nos gusta. Es necesario aprender a querer y amar nuestras ganas y nuestros gustos, ya que son nuestro registro del espíritu en los tiempos en que vivimos. Debemos quererlas, también, para poder animarnos a avanzar en los caminos que nos permitan hacer realidad esas ganas, en la vida diaria. Esto será posible si nos damos cuenta de que nuestras ganas son lo más concreto e inmediato con lo que contamos. Si nos preguntamos por nuestras ganas y logramos discernir entre lo que corresponde a la obediencia o a lo que nos gusta realmente, lograremos hacer un cambio radical de nuestra existencia. Se trata de determinar como y en que queremos trabajar, si en este ámbito queremos obtener solamente resultados económicos o querer disfrutar del gusto y las ganas de hacer un buen trabajo, si queremos formar una pareja basada en el amor, el sexo y el diálogo o en el dominio, si las ganas de ser padres se inclinan para obtener obediencia o el diálogo con nuestros hijos, si la riqueza que queremos alcanzar es para gozar el día a día de distintos momentos y situaciones o simplemente para adquirir bienes y penetrar en un determinado nivel social.
El eje fundamental de nuestro camino es aprender a querer y afirmar nuestras ganas. El poder desarrollar plenamente nuestras ganas nos permitirán vivir con intensidad y gozar del momento que vivimos, independientemente de los valores preestablecidos.
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