Creo sin temor a equivocarme que la mayoría de las veces, confundimos espiritualidad con religión, cuando en verdad no hace falta creer en Dios para poder conectarse con la esencia y centro mismo del ser humano; la energía dadora de existencia , la misma que nos permite realizar el cambio sanador en nuestras vidas. Ya Platón, en su Fedón, hacía referencia al cuerpo como la prisión del alma, con sus urgencias y necesidades; describiendo la purificación como preparación para la muerte, que en realidad no es otra cosa que para la vida misma, intentando llevar un proceder de conocimiento y evolución constante. La espiritualidad no es una teoría, es una vivencia; el analizar nuestras propias situaciones con el fin de encausarlas positivamente a la acción psíquica, emocional y espiritual, forman parte de esa experiencia iluminadora. Muchos de nuestros pensamientos, sentimientos o acciones, esconden un dolor emocional que no podemos modificar y por ende dan origen a conductas perjudiciales, autotraiciones y compulsiones. Para un transito armónico y una gozosa espiritualidad, debemos tener en cuenta algunas cuestiones, que quizás por simples, se nos olvidan en el trajín diario.
Vivir en al aquí y ahora:
Ahora es cuando podemos hacer algo por nosotros mismos;
soltando el pasado que nos deja estancados en el recuerdo
de lo que ya fue y no vuelve; desprendiéndonos del
futuro que por lejano no podremos controlar en este
momento y por tanto nos consume la energía que tanta
falta nos hace para experimentar el único tiempo real,
el presente.
Respetarnos: Comúnmente accedemos
más fácilmente a los requerimientos del mundo que
nos rodea que a asistir nuestras propias necesidades.
Algo tan simple como poner los límites y priorizarnos,
acción que debería fluir naturalmente como forma de
preservar nuestro tiempo y caudal de energía, nos
hace sentir egoístas; entonces decimos a todo que
"sí", y cuando caemos en la cuenta, ya nos postergamos
nuevamente. Es toda una proeza entender y aprender
a decir que "no"; la urgencia debe ser conectarnos
primero con nuestro yo; y desde ese respeto que nos
tenemos, poder priorizar las necesidades coherentemente.
Desapegarnos: Esto significa
poder desvincularnos en lo emocional de las cosas
materiales y las personas. Lo tangible no es trascendente
en nuestra vida; si bien puede ser importante, con
ocuparnos del tema ya es suficiente, no hay razón
que justifique el padecer por ello. Tomar distancia
de nuestros vínculos, nos ayuda a recordarnos del
respeto; a permitir que los demás hagan, piensen y
sientan tal como lo deseen, sin intentar cambiarlos,
manipularlos, ni resolver sus cuestiones; simplemente
dejándolos ser.
Aprender a mirar la realidad:
Evitando las posiciones exageradas en cuanto a optimismo
o pesimismo; las situaciones no son, ni tan buenas,
ni tan malas; sólo depende del cristal con que las
observemos. Reconociendo nuestras negatividades, justificaciones,
simulaciones y la escasez de nuestra mente que responde
a mandatos limitantes; estaremos destruyendo las corazas
que nos obnubilan y nos alejan de la claridad necesaria
para instalarnos en la realidad.
Cuidar nuestro niño interno: Todos albergamos
en nuestro ser a ese niño que fuimos; nuestro presente
se forja sobre el pasado de ese chiquito, a veces
desamparado, asustado, maltratado o consentido. Nuestro
pequeño demanda desde el inconciente y pretende que
vivamos con las mismas normas del pasado. Como adultos
que somos, debemos reconocerlo, sanarlo y escoger
de él todo aquello que nos resulte útil para nuestra
vida actual; desestimando lo que no vale la pena.
Activar los cambios: Si bien
es importante reconocer en qué situaciones y en qué
ámbito de nuestra vida acontecen aquellas cuestiones
a modificar; no es lo único y primordial, el tener
conciencia de ello. Necesitamos proyectarlos como
un objetivo en espacio y calendario a cumplir; y fundamentalmente
ponernos en acción, es decir activarlos. Si nos quedamos
con las promesas vanas y no centramos nuestra atención
en consumar en tiempo y forma, el compromiso de hacer
efectivos dichos cambios; solo disfrutaremos de un
bonito discurso que justifique nuestro eterno mientras
tanto; entretanto nos pasa la vida.
Reacomodar nuestros vínculos:
Es impensable poder entablar relaciones sanas y sinceras
con los demás, cuando no nos podemos relacionar bien
con nosotros mismos. Entonces el primer paso será
honrarnos, escucharnos, confiar en nosotros mismos
y convertirnos en nuestros mejores amigos/as. De esta
forma podremos deshacernos de la tediosa costumbre
de intentar manipular y controlar a todo el que se
nos cruza por el camino. Tengamos en cuenta que éste
mal habito nos condena y condena al sufrimiento, resentimiento
y la lucha de poder, que no conducen el alma a buen
puerto. Sólo sintiéndonos libres de ataduras a nosotros
mismos es que podremos respetar a los demás. Y todo
aquello que sembremos en nuestro ser; podrá luego
ser obsequiado al prójimo cuando nos sorprenda la
abundancia de nuestra cosecha interior, convertida
en ejemplo de libertad y armonía.
Recordemos que la palabra "espiritual", viene del latín, significa "respiración", "aliento de vida"; y hace referencia a la existencia, que siendo concreta, interior y trascendente; se construye a diario.
La espiritualidad nos conduce a: descubrir la belleza en las cosas, reconocer la verdad en las emociones, clarificar nuestros pensamientos y privilegiar los valores esenciales.
En el camino del espíritu, no existe el éxtasis definitivo, ni la sanación mágica; el desarrollo personal y la evolución del alma es una aventura que dura toda la vida. Si deseas sumarte a nuestro anhelo de crecimiento, podemos ayudarte a descubrir el cómo ir transitando esos cambios que te permitirán sentirte feliz por siempre.
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